Hoy, en Latinoamérica, se enfrentan dos realidades:
La de Pedro, y la de Juan.
Juan trabajaba en un restaurante hasta que perdió su empleo por la pandemia.
Tiene cuatro hijos, una madre enferma, y una esposa que, hasta hace unos días, tenía un pequeño salón de belleza al que ya nadie acude.
Juan no tiene ahorros, ni nadie que lo ayude.
Y ahora el gobierno le dice, “no seas un mal ciudadano y #quedateencasa Juan.
Tu tranquilo, que te voy a llevar arroz, huevos, y una telera para que sobrevivas.
Enciérrate en tu casa de madera de 27 metros con las cinco personas con las que convives y no salgas después de las 5 pe eme.” Por otro lado:
Pedro trabaja en una firma de consultoría y trabaja desde casa.
El colegio privado de sus dos hijos habilitó una plataforma desde donde imparte clases remotas.
Pedro tiene ahorrados doscientos ochenta mil dólares, ya terminó de pagar la hipoteca de su casa, y todas las tardes, haya electricidad o no (porque obviamente la torre donde vive tiene planta eléctrica), Pedro hace ejercicios, lee, y se deleita viendo los últimos programas de Netflix.
El gobierno le dice, no seas un mal ciudadano y #quedateencasa Pedro.
Pedro, sin problema alguno, se acomete a lo indicado.
Muy pronto, Juan no podrá respetar la cuarentena, aunque quiera.
Pedro, por otro lado, se indignará con Juan y los suyos por poner en peligro al resto de la población.
El problema está en que hay más Juanes que Pedros, y muy pronto, nuestros gobiernos habrán deseado no haber malgastado el dinero que, en primer lugar, nunca fue de ellos, sino de los impuestos que una vez pagó Juan, y que sigue pagando Pedro. Que Dios nos encuentre confesados.
Texto escrito por Alan Delmonte Bertran
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